5 DE MAYO DE 2020

MARTES IV DEL TIEMPO DE PASCUA
CICLO A

¡Paz y bien!

Del Santo Evangelio según san Juan (Jn. 10, 22-30)



Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación del templo. Era invierno, y Jesús se paseaba en el templo por el pórtico de Salomón.
Los judíos, rodeándolo, le preguntaban:
«¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo francamente».
Jesús les respondió:
«Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, esas dan testimonio de mí. Pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Lo que mi Padre me ha dado es más que todas las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno».

      

      
Día número cincuenta y dos de confinamiento. Parece que hay una clara tendencia a la baja de la cifra de fallecidos y contagiados. Siempre con la cautela propia de que las cifras no dejan de ser eso, cifras, sigamos nuestro confinamiento y el plan de vuelta a la vida ordinaria con cautela, prevención y sentido común. Quedémonos en casa todos aquellos que debemos hacerlo y cuidémonos tanto a nosotros ocmo a los que nos rodean.
Y recemos, recemos mucho, como digo cada día por los fallecidos, por sus familiares y amigos. Por todos los enfermos, los que pasan necesidad, los que no han dejado de trabajar y lo que no van a poder incorporarse a sus puestos de trabajo porque lo han perdido. Pidamos por la humanidad entera para que esta pandemia nos abra el corazón y transforme nuestra vida. Que la “nueva normalidad” no sea como la antigua sino la que marque una vida que se guía por las obras de Jesús y la voluntad de nuestro Abba, Dios nuestro Padre, para que seamos más humanos, más humildes y sencillos. Para que la solidaridad, el amor, la misericordia y la ausencia de rencor sea lo que marque nuestros días.

Tras el Evangelio del pasado domingo donde se nos presentaba Jesús como el Buen Pastor, como aquél que da la vida por sus ovejas, el Hijo de Dios que se hace hombre para nuestra salvación, hoy asistimos a una de esas preguntas que los judíos le formulan con ganas de tener motivos con los que apresarlo. No podemos obviar que la liturgia, a pesar de estar en tiempo de Pascua, desde la segunda semana nos ofrece textos evangélicos de san Juan, que recogen discursos de Jesús o diálogos con discípulos o con las autoridades religiosas que, por una parte, ultiman el mensaje de Jesús y por otra, van manifestando el ambiente adverso que en torno a él crece por parte de las autoridades religiosas.

 Como digo, hoy son los judíos quienes quieren saber si de verdad es el Mesías. ¿No nos ocurre a nosotros lo mismo? No que queramos tener motivos para apresarlo, sino que nosotros también deseamos saber, en muchos momentos, si Jesús es verdaderamente el Mesías, el Hijo de Dios, la Palabra hecha carne. Y esto nos ocurre, generalmente, cuando atravesamos malos momentos, cuando nuestra vida no es lo que nosotros esperamos de ella, cuando a nuestro parecer, Dios no nos concede tanto cuanto le pedimos. Pues bien, a esta petición de los judíos: “si verdaderamente eres el Mesías, dínoslo francamente”, Jesús argumenta su respuesta basándose en sus obras, realizadas “en nombre del Padre”. Las obras ahí están. A la vista de todos. ¿No manifiestan que el Padre está con Jesús, que es su enviado, que su palabra es la suya, palabra del Padre? Entonces ¿qué más necesitamos? ¿Es que acaso no le creemos? El refrán español lo dice: “no hay peor sordo que el que no quiere oír”. Ya pueden ser sabias palabras u obras las que cualifican a Jesús que a los judíos no les interesa conocerlas, verlas o reconocerlas. Y no les interesan, porque rompe sus intereses individuales, la rutina de su vivir, o exige demasiada generosidad. No es fiable para ellos, eso demuestra que no tienen interés en creer en él sino, en su mayoría, tener motivos para darle muerte. Pero ¿y nosotros? ¿no creemos a Jesús por falta de fe o porque no nos interesa escuchar su mensaje? Si esto me sucede ¿por qué no me interesa conocer el mensaje de Jesús?
¿No me interesa conocer el mensaje de Jesús porque pone de manifiesto mi debilidad, mi pecado y mis limitaciones? ¿Porque me humilla? ¿Quizá sea porque me pide cosas que no estoy dispuesto a dar? Esa es la cuestión que hoy debemos hacernos: qué nos influye a la hora de reconocer a Jesús a como Hijo de Dios.

Estamos en tiempo de Pascua, tiempo de alegría por la Resurrección de Cristo, del Buen Pastor ¿qué puede apartarnos de esto que estamos viviendo? ¿qué puede ensombrecer nuestra alegría, nuestra confianza y fe en Cristo? ¿No somos ovejas de ese rebaño que le siguen poniendo su vida en manos de Dios?

 “Vosotros no creéis porque no sois ovejas mías”. Nos dice Jesús en el evangelio de hoy. Pero realmente ¿sabemos qué es necesario para ser “ovejas de Jesús”?
Para ser “ovejas de Jesús” es necesario estar abiertos a la conversión, a los cambios necesarios, a lo que implica seguirle, como ovejas al pastor que las cuida. En definitiva, es necesario acoger cordialmente a Jesús. Confesar, como Pedro. “Tú solo tienes palabras de vida eterna”. Conversión constante es lo que necesita nuestra vida ¿estamos dispuesto a llevarlo a cabo? ¿Nos abandonamos a sus manos con la confianza plena de aquellos que se saben salvados por él? ¿o preferimos acudir a él, sólo, cuando nos haga falta para alcanzar un bien concreto?

Jesús sigue en diálogo con nosotros. No podemos dejar de lado que, ciertamente, de vez en cuando, nos surge la duda, cuando la exigencia es fuerte, de si merecerá la pena reconocer a Jesús y a su Palabra, como lo que ha de conducir nuestra vida. ¿Aceptamos el reto de hoy? ¿Por qué no nos dejamos conducir por Él? Todo esto se consigue desde una mirada limpia, con ojos claros y no enturbiados a causa de nuestro egoísmo, qué obras son las que nos exige a cada uno de nosotros. Si somos capaces de conseguir esto, veremos que son esas son las obras que nos hacen ser humanos: generosidad, sentido del servicio al otro, seguir la fuerza del amor, verse como hijo del Padre…

RECUERDA:

Hoy Jesús proclama que son sus obras las que dan testimonio de Dios. Obras, las suyas, que provienen de su identificación con la fuente de todo Amor que es su Abba. Esto, sin duda, escandaliza a los hombres de la Ley.
La vivencia del Evangelio no se concreta en ideas, ni en intenciones, sino que remite siempre a la projimidad, a lo concreto, a un estilo de vida identificado y sostenido en un Amor que se hace carne, mundo, historia. La fe se ejercita y se practica en el ejercicio de la solidaridad, la justicia y la inclusión, porque Dios es Amor.

1.- ¿Cómo estoy viviendo este tiempo de Pascua?
2.- ¿Verdaderamente creo que Jesús es el Hijo de Dios, el Mesías que tenía que venir al mundo?
3.- ¿Puedo decir que mis obran dan testimonio de mi unión con Cristo? ¿Puedo decir, como Jesús, que el Padre y yo somos uno? O por el contrario ¿vivo siempre según mi voluntad?

¡Ayúdame, Señor, a que mi fe se traduzca en obras de solidaridad y de justicia!