9 DE MAYO DE 2020

SÁBADO IV DEL TIEMPO DE PASCUA
CICLO A

BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA MADRE DE LOS DESAMPARADOS (PATRONA PRINCIPAL DE LA CIUDAD Y DE LA COMUNIDAD VALENCIANA)

¡Paz y bien!

Del Santo Evangelio según san Juan (Jn. 14, 7-14)



«No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino».
Tomás le dice:
«Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?».
Jesús le responde:
«Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí».

      

      
Día número cincuenta y seis de confinamiento. Sigue subiendo, de nuevo, el número de contagios. Debemos tomar conciencia que lo verdaderamente difícil viene ahora. Vamos a empezar a tener un poco más de libertad para salir y eso significa que tenemos que extremar las precauciones para no contagiarnos nosotros ni contagiar a los demás. Por favor, poder salir un poco más no significa que el virus y el riesgo al contagio hayan pasado con lo que podemos caer enfermos. Los contagiados de hoy, pueden ser los fallecidos de mañana. Además ¿qué sentido tiene aplaudir a quienes nos están ayudando si luego nosotros no les ayudamos a frenar esto siendo responsables y quedándonos en casa? Seamos serios y responsables con este tema. Y, como digo siempre, recemos por todos los fallecidos, por sus familiares y amigos. Por todos los sanitarios, cuerpos de seguridad del Estado, militares, Guardia Civil, Protección Civil, Agentes de Supermercado, todos los que, de una manera u otra, no han dejado de trabajar para que nosotros no pongamos en riesgo nuestra vida y, como no, pidamos por todos lo que han perdido su trabajo y su bonanza económica. Por TODOS, para que cuando salgamos de esta terrible situación lo hagamos siendo conscientes de que Dios no nos ha abandonado nunca, que debemos darle gracias por todo y poner nuestra vida al servicio de quien más lo necesite.

       Pasando al Evangelio de hoy, continuamos con el capítulo que empezábamos ayer de san Juan. Recordad que Cristo se nos presentaba como el Camino, la Verdad y la Vida. Hoy nos recuerda, hasta en tres ocasiones, que quien lo ve a él ve al Padre porque él está en el Padre y el Padre está en él; por lo tanto, la pregunta es bastante fácil: ¿veo a Dios? ¿le busco en mi vida? ¿le reconozco en Cristo? ¿hacia dónde miro?

       En el día de hoy lo primero que tenemos que hacer, si verdaderamente queremos preguntarnos si somos capaces de reconocer a Dios en nuestra vida, es preguntarnos ¿me lo creo? ¿Verdaderamente creo a Cristo, creo su mensaje?
La fuente de toda existencia debe ser Jesús, su vida y sus palabras, y ellas son las que nos llevarán a conocer el verdadero rostro del Padre. ¿Qué importancia tiene la Palabra de Jesús en mi vida? Es de capital importancia esto puesto que es su mensaje, su Evangelio, su Buena Nueva las que me va poder permitir caminar por la senda que me lleven a Dios. Si me las creo, podré guardarlas en mi corazón de manera que las lleve a la oración y las ponga en práctica. Si pongo en práctica la Palabra de Jesús, su mensaje, estaré cumpliendo su voluntad y haciendo presente su Amor en medio de mi mundo y de mi realidad. Por eso debo preguntarme ¿qué importancia le doy a la Palabra de Jesús y a su mensaje? ¿Verdaderamente es su Palabra la que yo quiero encarnar en mi vida? Entonces, si quiero vivir acorde a la Palabra de Dios ¿cómo la testimonio, como la hago realidad? ¿Hacia dónde miro?

       ¿Nos pasa como a Felipe, que llevamos muchos años comprometidos en la Iglesia, asistiendo a las celebraciones… y aún no hemos descubierto el rostro del Padre? Este es otro de los riesgos que podemos correr. Creernos que, por acudir a la Iglesia, por participar de su vida y de las Eucaristías ya estamos salvados o que ya lo tenemos todo hecho. Sin embargo, esto es un error.
La persona que descubre el rostro de Dios en su vida es una persona capaz de amar a los demás sin límites, de aceptar a la otra persona tal cual es. Es alguien capaz de huir de la crítica, del juicio, del chisme, del odio o del rencor y a hacer presente a Dios en cada uno de sus actos y palabras. Aquél que descubre el rostro de Dios en su vida no hace acepción de personas ni discrimina, quiere a todos por igual y se da a todos por igual. Descubrir el rostro de Dios en mi vida es descubrir que todos somos iguales en dignidad, que todos somos hijos de un mismo Dios y que, por lo tanto, nadie está por encima de los demás. En definitiva, es vivir dando la vida por quienes nos rodean, por nuestros prójimos sin excepción.
Pero además, descubrir el rostro de Dios en nuestra vida debe llevarnos a amarle sobre todas las cosas. Debe llevarnos a saber negarnos a nosotros mismo, a anonadarnos para cumplir siempre y en todo momento y lugar su voluntad en nuestra vida. Hacernos, como Cristo, uno con el Padre, de manera que todos aquellos que entren en contacto con nosotros, descubran que como verdaderos cristianos en nosotros, también, se encarna la Palabra de Dios y que nos hemos convertido en reflejo de su amor.
Jesús, con su vida, ha humanizado la religión, las verdades fundamentales, los mandamientos, la antigua Ley…, ha mirado a la persona y las muchas situaciones por las que pasa el ser humano, se ha compadecido y ha hablado a su corazón. ¿somos conscientes de que ha actuado así con cada uno de nosotros? ¿Nos ha tocado el corazón? ¿Nos ha curado? ¿Ha venido a habitar en nuestra casa? ¿En nuestra celda interior, como llamaba Santa Catalina de Siena a lo más profundo de nuestro ser? ¿Ha transformado este encuentro con Cristo nuestra vida y todo nuestro ser?
¿Y nosotros, actuamos cumpliendo su Voluntad para ayudarle a transformar la vida de quienes nos rodean?

      

RECUERDA:

La fuente de las obras y de las palabras de Jesús es Dios mismo, su voluntad. De ahí brota su radical confianza y libertad. Por eso sus palabras son verdaderas y remiten a gestos y acciones liberadoras que son Buena Noticia para las personas más olvidadas y excluidas. Jesús es la ternura y la misericordia de Dios en acción. Creer en él es reproducir sus obras, con la ayuda del Espíritu Santo, que más que a imitar o repetir esquemas, nos llama a la creatividad y a la novedad del amor en cada contexto y situación. ¿Dónde reconozco las obras del amor en nuestros ambientes y qué rostros de Dios me revelan?

1.- ¿Cómo estoy viviendo este tiempo de Pascua?
2.- ¿Creo verdaderamente a Jesús y lo pongo en el centro de mi vida?
3.- ¿Le reconozco en todo lo que me rodea?
4.- ¿Mis obras testimonian mi cercanía con Dios?

¡Ayúdame, Señor, a tener creatividad y lucidez para que mi fe se traduzca en obras de amor y solidaridad con quienes peor lo pasan!