4 DE MAYO DE 2020
LUNES IV DEL TIEMPO DE
PASCUA
CICLO A
¡Paz
y bien!
Del
Santo Evangelio según san Juan (Jn. 10, 1-10)
En aquel tiempo, dijo Jesús:
«En verdad, en verdad os digo: el que no
entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte,
ese es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las
ovejas. A este le abre el guarda y las ovejas atienden a su voz, y él va
llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas
las suyas caminan delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su
voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la
voz de los extraños».
Jesús les puso esta comparación, pero
ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús:
«En verdad, en verdad os digo: yo soy la
puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y
bandidos; pero las ovejas no los escucharon.
Yo soy la puerta: quien entre por mí se
salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos.
El ladrón no entra sino para robar y
matar y hacer estragos; yo he venido para que tengan vida y la tengan
abundante».
Día
número cincuenta de confinamiento. Espero que los días vayan pasando de la
mejor manera posible ante esta realidad que nos envuelve. Empezamos la famosa
fase 0 de la desescalada. Ante esto, sólo cabe pedir prudencia y sentido común.
El virus sigue activo de manera que, personas de riesgo, personas mayores o
personas con síntomas deben permanecer todavía en sus casas. Salir no es algo
de vida o muerte, es cierto que podemos necesitarlo más o menos, pero mantener
nuestra salud y la de los demás sí que es vital. Intentemos salir lo menos
posible y en horas donde nos crucemos con el menor número de personas si
debemos ir a la calle.
Lo que no debemos dejar es
de rezar por los fallecidos y sus familiares y amigos. Por todos los enfermos,
por los que siguen trabajando para que no nos falte de nada y por aquellos que
se ven sin trabajo y con un porvenir incierto. Por todos ellos debemos ofrecer
nuestras oraciones a Jesús el Buen Pastor para que interceda por todos y cada
uno, para que les dé las fuerzas necesaria para seguir adelante y no titubear.
Continuamos
con el capítulo diez de san Juan que comenzábamos ayer. En él Jesús se nos
presentaba como el Buen Pastor y nosotros reflexionábamos sobre dos hechos; por
una parte, si en nuestra vida nosotros acudíamos a él como el Buen Pastor, como
la persona en la que confiamos, en la que descansamos y la que guía nuestros
pasos. Por otra, reflexionábamos sobre si podíamos considerarnos imagen de ese
Buen Pastor gracias a nuestros actos y sentimientos hacia los demás.
Hoy
vamos a redundar en este mismo texto y en esta misma idea porque Jesucristo
habla con claridad. De hecho, encontramos varias afirmaciones en el texto que
deben hacernos reflexionar: “Yo soy el Buena Pastor. El Buen Pastor da la
vida por sus ovejas”. “Yo soy el Buen Pastor, que conozco a mis ovejas y las
mías me conocen”. “Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil;
también a esas las tengo que atraer, y escucharán mi voz, y habrá un solo
rebaño y un solo Pastor”.
¿No
es maravilloso contar en nuestra vida con un Dios dispuesto a darlo todo por
amor a cada uno de nosotros? ¿Lo vivimos así? ¿Le expreso mi gratitud cada día
y en cada acontecimiento o sólo cuando me sucede aquello que espero y deseo en
cada momento?
Jesús es el Buen Pastor y
eso no solamente debe darnos tranquilidad en nuestra vida, sino que, además,
debe hacernos vivir cada momento desde la gratitud a él.
Pero,
Jesús, no es solamente el Buen Pastor, es también “la puerta del aprisco”. ¿Qué
quiere decir esto? Que Jesucristo es la única vía de acceso al Padre, cuya
característica esencial es dar su Vida para que los suyos tengamos vida. Por lo
tanto, seguir al Buen Pastor significa andar el camino que nos lleva al Padre,
que nos conduce hasta Dios. Jesús nos quiere tanto que la relación con su
rebaño es muy íntima, esto es lo que define a nuestro Dios. El Amor que Dios
nos tiene y el conocimiento que posee de cada uno de nosotros es lo que
distingue a nuestro Dios. Por eso si seguimos sus caminos, si obedecemos sus
mandatos se nos garantiza el gran Don de la Vida Eterna, no únicamente por la
mera obediencia sino porque caminar por las sendas del Buen Pastor es transitar
los caminos del Amor y eso no deja indiferente a nadie. ¿A caso nos quedamos
igual después de haber tenido una experiencia de Dios en nuestra vida? Con lo
que pongámonos en camino y como decíamos ayer no amemos, solamente a Cristo,
sino que vivamos cada día intentando ser imagen de su Amor, imagen del Buen
Pastor. ¿Cómo conseguirlo? Cumpliendo en nuestro día a día el mandato que Jesús
nos hace hoy: “escucharlo” y “seguirlo”.
Es
muy importante que vivamos en la escucha de su Palabra, porque de esta escucha
nace y se alimenta nuestra fe. Sólo quien está atento a la “voz” del Señor es
capaz de evaluar, en su propia conciencia, las decisiones correctas, para obrar
según su Palabra. De nuestra escucha de la Palabra de Dios se deriva el seguir
a Jesús, y, para ir en pos de Él, debemos escucharle, acoger interiormente su
enseñanza y, hacerla Vida de nuestra vida. Analizando esto de esta manera
¿podemos decir que escuchamos la Palabra de Dios? ¿Podemos afirmar que la
guardamos en nuestro corazón y la meditamos con la finalidad de ponerla en
práctica? ¿Se refleja esto en nuestro día a día? Escuchar la Palabra de Dios no
es leer el evangelio en casa, oírlo en la Eucaristía cada día, escuchar su
Palabra es guardarla en nuestro interior, escrutarla, hacerla carne con
nuestros actos. No podemos escuchar la Palabra de Dios y guardarla en un cajón
u obviarla, tiene que dar forma a nuestra actuación, tiene que fomentar
nuestros buenos sentimientos hacia los demás, tiene, incluso por más que nos
duela, cuestionarnos y poner de manifiesto nuestras limitaciones y errores para
que seamos conscientes de ellos, los pongamos en manos del Señor y vayamos
superándolos cada día con su fuerza y nuestro tesón.
Sólo
escuchando la Palabra de Dios podremos seguirle. Segunda de las cosas que hoy
nos pide. Seguir a Jesús es ponerle en el centro de nuestra cotidianeidad.
Seguir a Jesús es querer ser uno solo con él, de modo que nuestro corazón
albergue los mismos sentimientos hacia Dios y hacia los demás que los que
albergaba el suyo. Seguir a Jesús significa confiar en él, no tener miedo,
descansar en su hombro, convertirnos en esos otros “cristos” que nuestra
sociedad necesita. Seguir a Jesús es dejarlo todo, negarnos a nosotros mismos
para cumplir siempre y en cada momento su voluntad en nuestras vidas. ¿Estamos
dispuestos a formar parte de este rebaño que desde el criterio y la libertad
quieren seguir al Resucitado?
RECUERDA:
El
sentido de la vida de Jesús es que la vida lo sea en abundancia para todos, y
eso solo es posible desde la opción preferencial por lo últimos. La
universalidad para ser incluyente tiene que empezar en este principio. Ese es
el principio y el misterio de la vida cristiana: todo lo que no se da se
pierde. El amor es fuente de regeneración de vida en uno mismo y en los
demás. Pero este amor entregado en el día a día, tiene que ser como el de
Jesús: verdadero, gratuito y fecundo, ha de nacer de la propia libertad y ser
una decisión consciente, de manera que nadie nos quite la vida, sino que la
entreguemos voluntariamente.
1.-
¿Cómo estoy viviendo este tiempo de Pascua?
2.- ¿Quién
es el Pastor que guía mi vida? ¿Es Cristo o hay otros pastores a los que sigo?
3.- ¿Intento
ser imagen del Buen Pastor en medio de mi mundo? ¿Me siento llamado por Cristo
para imitarle en medio de mi mundo y seguirle?
¡Ayúdame,
Señor, a no perder la vida, sino a ir entregándola
cada día en el compromiso con el Reino!