14 DE MAYO DE 2020

JUEVES V DEL TIEMPO DE PASCUA
CICLO A

FIESTA DE SAN MATÍAS, APÓSTOL.

EL PAPA FRANCISCO PROPONE DÍA DE AYUNO Y ORACIÓN PARA PEDIR POR EL FINAL DE LA PANDEMIA DEL COVID-19

¡Paz y bien!

Del Santo Evangelio según san Juan (Jn. 15, 9-17)



«Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor.
Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Este es mi mandamiento:
que os améis unos a otros como yo os he amado.
Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando.
Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.
No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca.
De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros».

      

      
Día número sesenta y uno de confinamiento. Como siempre digo, esto avanza. Así que con paciencia, prudencia y responsabilidad todo irá bien contando, además, no podemos olvidarlo, con la ayuda de Dios nuestro Padre que, como bien sabéis, no nos abandona nunca.
Por eso pidámosle como cada día por todos aquellos que han fallecido, por sus familiares y amigos. Por los que están en puestos de trabajo difíciles, por los que se han quedado en el paro, por los que pasan necesidad y, también, porqué no, por nosotros para que el Señor nos dé la fuerza necesaria para seguir adelante. El Papa Francisco ha propuesto para este viernes, cosa rara en Pascua pero necesaria ante la realidad que estamos viviendo, que todos aquellos que lo deseen pueden sumarse al día de Ayuno y Oración propuesto para este día 14 de mayo con el fin de orar e interceder por el fin de esta pandemia que nos está “sacudiendo” nuestras vidas.
      
       Ayer comenzábamos el capítulo quince del evangelio de san Juan. Un evangelio en el que Cristo nos pedía por una parte que diésemos buenos frutos, y por la otra, que permaneciésemos en él, en su amor, para poder lograr tal fin. De hecho, nos preguntábamos si nuestras obras eran buenas y si estábamos unidos a Cristo de una manera real y fehaciente.

       Hoy vamos a continuar redundando en esta idea, pero vamos a dar un paso más allá, tenemos que avanzar, no podemos quedarnos estáticos porque eso empobrece a las personas.

       Así pues las cosas, el evangelio nos invita a reflexionar sobre dos acciones fundamentales para los seguidores de Jesús: “permanecer”, de la cual hablábamos ayer, y de “amar”, ese avance que ya he anunciado que íbamos a llevar a cabo hoy.
Juan presenta en su relato a Jesús en íntima relación con Dios Padre. Él anuncia a los discípulos que la fuente de su amor por ellos es el amor que el Padre le tiene: “cómo el padre me amó yo también os he amado a vosotros”. Una relación que vincula a Dios que envía y al Enviado. Puesto que el Padre ama con un amor entrañable a su hijo, Jesús manda a sus discípulos que formen parte de esta comunión permaneciendo en su amor. Permanecer no significa quedarse inmóvil, esperando a que algo suceda, sino todo lo contrario, implica orientar nuestra vida al estilo de Jesús cumpliendo sus mandamientos ¿estamos dispuestos a permanecer en su amor y dejarnos transformar por él?

       Permanecer en Jesús, como decíamos ayer, será la llave que nos permita tener acceso tanto a Dios como a los demás. Ese amor nos permitirá entregarnos a su voluntad, aceptarla, hacerla nuestra para poder dar la vida por aquellos que nos rodean. Si permanecemos en Cristo, llegaremos a ser discípulos suyos y conseguiremos algo que, aunque no es sencillo, tiene que ser nuestro motivo de vida: conseguiremos “vivir amando” ¿no es maravilloso poder dar a los demás el inmenso amor que Dios nos tiene? Un amor que le lleva a morir por nuestra salvación sin pedirnos nada a cambio, un amor que le lleva a llamarnos “amigos”. Por eso es importante que seamos capaces de “permanecer” en Jesús, de “permanecer” en Cristo porque sólo así lograremos amarle sobre todas las cosas. Sólo así, lograremos amar a los demás como Dios nos ama a nosotros. No basta con “permanecer”, además de “permanecer” tenemos que dar ese paso más del que hablábamos antes y debemos amar a los demás. ¿Cómo permanecemos en Cristo? Recordad lo que decíamos ayer: seremos capaces de “permanecer” en Cristo si escuchamos su Palabra, la conservamos en nuestro corazón y la ponemos en práctica. Así nos convertiremos en amigos y discípulos de Jesús.

Ser un discípulo que permanece en el amor de Jesús significa “hacer” algo. Si la vida de Jesús se fundamenta en hacer la voluntad del Padre y permanecer en su amor, los discípulos tienen que hacer lo mismo en la persona de Jesús, esto es: “permanecer” en él y hacer su voluntad ¿te ves dispuesto a esto?
La alegría que engendra el amor, la comunión, la permanencia, la intimidad con el Padre, se hará presente también en los discípulos que han mantenido su fe en el Maestro. Jesús inserta así a los discípulos en “una cadena de amor” que hay que vivir y transmitir.

El mandato de Jesús de amar no es algo nuevo, en su discurso de despedida ya se lo había encomendado a los discípulos. ¿Nos consideramos discípulos de Jesús? Los discípulos no son siervos sometidos a otros, sino amigos, compañeros íntimos, a los que él ama sin límites. Ellos han sido elegidos por Él y serán enviados para dar fruto y que ese fruto perdure. Las palabras del Señor sobre la elección de los discípulos y su nueva situación como amigos concluyen con una confirmación del mandamiento del amor. Permanecer en Jesús y dar mucho fruto, trae consigo hacer de nuestro mundo un mundo de hermanos, donde el amor es lo que caracteriza las relaciones humanas. El amor hasta el extremo de Jesús es lo que debe definir la vida del discípulo, lo que Jesús ha hecho por cada uno de nosotros exige que nos amemos como él los ha amado.
      
RECUERDA:

Creer en Jesús no nos convierte en siervos sino en amigos, en sus compañeros de vida. La palabra compañero procede del latín “cum-panis”, que significa compartir el mismo pan, el mismo proyecto. Esto solo es posible desde la experiencia de sentirnos amados incondicionalmente por él, hasta el extremo de la entrega de su propia vida. El amor que Jesús nos ofrece y nos invita a reproducir en nuestra propia existencia nos es cuestión de merecimientos, sino de pura sobreabundancia y gratuidad suya. El cristianismo es la religión del amor y el amor es concreto, se concreta en la projimidad, acogida, solidaridad, reconciliación, etc. ¿Cómo podemos traducir en nuestros ambientes el mandamiento del amor?

1.- ¿Cómo estoy viviendo este tiempo de Pascua?
2.- ¿Permanezco en Cristo? ¿Puedo considerarme amigo y discípulo suyo?
3.- ¿Esto me lleva a querer a todos mis prójimos del mismo modo?

¡Ayúdame, Señor, a permanecer en ti para amarte sobre todas las cosas y dar mi vida por los demás!