15 DE MAYO DE 2020

VIERNES V DEL TIEMPO DE PASCUA
CICLO A

¡Paz y bien!

Del Santo Evangelio según san Juan (Jn. 15, 12-17)



«Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado.
Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando.
Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.
No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca.
De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros».

      

      
Día número sesenta y dos de confinamiento. Ponemos fin a otra semana más, si las matemáticas no me fallan son un total de nueve las que llevamos confinados y no sabemos qué nos espera por delante, pero la verdad es que no podemos caer en la irresponsabilidad. Sé que hice referencia a esto en el día de ayer pero como cristianos, nosotros debemos tenerlo presente más aún si cabe. No podemos ser testigos de imágenes como las que estamos viendo, incluso, a nuestro alrededor: gente sin mascarilla, sin guardar las distancias de seguridad… así no vamos bien porque al final nos contagiaremos todos y no podemos olvidar que a más contagios, no sólo mayor inmunidad, sino, también, mayor número de muertes. Así que pongamos los cincos sentidos en ser cautos, responsables y respetuosos con las normas de distancia social, de higiene y con los demás. Y por supuesto, mucha confianza en el Señor. Dios no nos abandona jamás y eso no podemos olvidarlo.
Por eso pidámosle como cada día por todos aquellos que han fallecido, por sus familiares y amigos. Por los que están en puestos de trabajo difíciles, por los que se han quedado en el paro, por los que pasan necesidad y, también, porqué no, por nosotros para que el Señor nos dé la fuerza necesaria para seguir adelante.
      
       No es que nos hayamos equivocado de evangelio hoy. Lo volvemos a leer porque el mensaje de Cristo es muy importante, siempre, pero hoy redunda en una realidad que no podemos olvidar: el amor y el trato que debemos dar a los demás. Y la Iglesia es tan sabia que, como sabe que esto es lo que más nos cuesta, nos repite este texto para que volvamos a incidir en una de las preguntas que nos formulábamos ayer al respecto de este mismo texto: ¿amo a los demás como Cristo me ama a mí?

       Ciertamente tenemos delante un texto que debe tranquilizarnos y cuestionarnos a partes iguales. Tranquilizarnos porque las palabras de Jesús son palabras de esperanza, de alegría. Jesús nos recuerda que nos llama amigos y no siervos. Nos recuerda que vino al mundo para nuestra salvación, para dar la vida por nosotros, por cada uno, sin excepción, si hacer preguntas o poner barreras a su entrega, ¡NADA! vino por amor, por amor a nosotros vivió y por este mismo amor, murió. ¿No tenemos una fortuna inmensa de tener un Dios que nos ama tanto y de esta manera? ¿vivo mi vida desde este sentimiento de pertenencia a Dios? ¿Realmente me considero amigo de Jesús? ¿me siento querido, amado y salvado por él? Entonces ¿por qué muchas veces falta alegría en mi vida o sobran miedos y titubeos? Si me siento amado por Dios ¿por qué las dudas asaltan mi vida llevándome a la intranquilidad propia de aquellos que viven “sin Dios”?

       ¡SOMOS AMIGOS DE DIOS! Todo lo demás debería ser secundario. Y cuando digo todo lo demás hago referencia a nuestro tiempo libre, nuestra buena fama, nuestros recursos materiales, nuestra vanidad, nuestro orgullo, nuestra zona de confort, nuestros propios problemas, nuestras seguridades, nuestra egolatría, nuestro egoísmo… Todos estos “nuestros” que tanto nos alejan de Dios y de los demás deberían ir abandonando nuestra vida, nuestra preocupación y poner nuestro corazón en ser amigos de Jesús, como él mismo nos llama esta mañana.
Si verdaderamente vivismo sintiendo la amistad del Hijo de Dios, si verdaderamente vivimos practicando esta amistad con quien sabemos bien nos ama: Dios, nuestra vida será una vida que vivirá en la paz, de la que hablábamos el pasado martes. Una paz que nos llevará irremediablemente a vivir unidos a Cristo, cerca de Dios y por añadidura, nos llevará a vivir cerca de cuantos nos rodean.
Como podemos ver, la importancia de vivir en la amistad de Cristo debe ser fundamental en nuestra vida. ¿Por qué no lo intentamos más a menudo en lugar de dejarnos vencer por nuestras debilidades y pecados?

       Pero este sentimiento de pertenencia a Cristo no sólo tiene que provocar en nosotros paz, alegría y tranquilidad. Como decía, al principio de nuestra reflexión, también debe provocar en nosotros una constante pregunta para no relajar nuestra entrega. Si yo me siento amigo de Dios ¿hago realidad esto en mi vida? ¿doy ejemplo de esta amistad que tengo con Jesús? Mis obras ¿son las propias de aquella persona que es considerada amiga o amigo de Dios?
No podemos ser amigos de Dios si no damos la vida por los demás. Si en nuestra vida hay unas personas por encima de otras, si no damos ejemplo de entrega a las necesidades de los demás.
Si cumplimos la voluntad de Jesús, nos recuerda él mismo en el texto, somos sus amigos. Y su voluntad no podemos olvidarlo es AMAR A DIOS y AMAR A LOS DEMÁS COMO CRISTO NOS AMA A CADA UNO DE NOSOTROS. Sólo así conseguiremos vivir profundamente esta amistad con Cristo, sólo así, lograremos hacer realidad en nuestra vida el amor que Dios nos tiene.

       El perdón, la caridad, la esperanza, la fe, la acogida… son ejemplos de los sentimientos que deben aflorar en nuestra vida, que deben materializarse en nuestras obras si verdaderamente vivimos como amigos de Dios y de Jesús.
Es inconcebible decir que somos amigos suyos y no perdonar a los demás, no respetar las decisiones de los demás, no acoger a todos por igual, tener preferencias por unas personas en detrimento de otras, hacer excepciones y acepciones. Del mismo modo que es incompatible vivir instalado en el rencor, la crítica, el juicio, el odio, la falta de perdón, el egoísmo, la intolerancia, la injusticia o la omisión ¡Cuántas veces nos olvidamos de la importancia de la omisión! ¡Cuántas veces no ayudamos, acogemos o escuchamos a los demás por miedo a involucrarnos demasiado, por miedo a que nos critiquen o granjearnos alguna enemistad, por ejemplo, por decir que somos creyentes y practicamos!

       ¡Qué difícil es vivir la amistad de Jesús en nuestra vida! Quizá sea tu pensamiento ahora mismo. ¿Difícil? ¿Verdaderamente crees que es difícil? Si lo intentamos por nosotros mismo, ¡sí! si por el contrario ponemos a Dios en medio de nuestra vida, dejamos que modele nuestro corazón, confiamos en Él y nos esforzamos por mejorar cada día… entonces, sí lograremos vivir acorde a esa amistad con Jesús, que no es otra cosa que vivir amando a Dios y a los demás. ¿Por qué no nos dejamos envolver por esta amistad y la vivimos intensamente para hacernos testimonios del amor de Dios en medio de nuestro mundo?
      
RECUERDA:

Experimentar la incondicionalidad de la entrega amorosa de Jesús y su fidelidad al proyecto del Reino nos impulsa y sostiene para que nuestra fe se traduzca en actitudes y obras que den buenos furtos. Fe, esperanza y caridad son una tríada inseparable en la vida cristiana. Por eso su fecundidad se traduce en una actitud vital de confianza y apertura en la vida frente al escepticismo y el desencanto, y en un compromiso amoroso con la realdad, desde el cuidado de las relaciones y la humanización de la vid y el compromiso con la justicia. Vivir hoy el mandamiento del amor afecto a nuestros estilos de vida y compromisos para que otro mundo sea posible y nadie quede excluido del derecho a las tres “T”: Trabajo, Techo y Tierra.

1.- ¿Cómo estoy viviendo este tiempo de Pascua?
2.- ¿Puedo considerarme amigo y discípulo suyo?
3.- ¿Doy mi vida por los demás como Cristo la da por mí?

¡Ayúdame, Señor, a que mi fe se traduzca en confianza y apertura frente al escepticismo y el desencanto!