24 DE MAYO DE 2020

DOMINGO VII DEL TIEMPO DE PASCUA
CICLO A

SOLEMNIDAD DE LAS ASCENSIÓN DEL SEÑOR.

¡Paz y bien!

Conclusión del santo Evangelio según san Mateo.
(Mt. 28, 16-20)


“Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra”.


En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.
Al verlo, ellos se postraron, pero algunos dudaron.
Acercándose a ellos, Jesús les dijo:
«Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.
Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos».

      

      
¡Ha llegado el momento! Hoy celebramos la Ascensión de Jesús a los cielos. Hoy se despide de nosotros aquél que vino al mundo para darnos la salvación que por nuestros pecados habíamos perdido. Jesús hoy vuelve al Padre.

Le vemos elevándose hacia el cielo, sobre la nube. Alguno podrá llegar a pensar: ¿será que nos abandona? ¿Acaso podemos pensar que Dios nos va a dejar huérfanos y abandonados? ¿Alguien puede caer en la tentación de que hoy nos despedimos de Jesús como nos sucedió el pasado viernes santo cuando le abandonamos colgado del madero?

¡Nada que ver! Ese Jesús a quien seguimos a lo largo de su infancia y la denominada vida pública; ese Jesús al que abandonamos, huyendo, cuando acabó colgado de una cruz... Ese Jesús que confesamos, hace unos días, en una noche mágica… Ese Jesús ¡vive! y por lo tanto no podemos buscar entre los muertos a quien vive. ¿O acaso nuestro Dios es un Dios de muertos y no de vivos? ¿Aún me cuesta creer la Resurrección de Cristo?

Han pasado cuarenta días. Todo un trecho. Hemos tenido la oportunidad de vivir una Pascua diferente a todas las demás. Una Pascua encerrados en casa, como la última parte de la Cuaresma o todo el Triduo Pascua. Una Pascua donde más que nunca la Resurrección de Jesús tenía que haber adquirido un gran sentido, porque es precisamente su Resurrección la que da sentido a momentos duros y difíciles donde, como hemos podido comprobar, el contagio, la falta de salud, la incertidumbre e incluso la muerte, acampan a sus anchas entre nosotros. ¿Por eso debemos cuestionarnos si la Resurrección del Nazareno me la creo? Porque si verdaderamente creo que Jesús ha resucitado, si verdaderamente creo que Jesús está sentado a la derecha del Padre ¿qué cosa puede apartarme de su amor, de su misericordia y de su salvación? Es cierto que las noticias importantes requieren su pausa. Necesitamos tiempo para madurarlas, entenderlas, comprenderlas y ponerlas en prácticas. Un tiempo para convertirnos en testigos de lo insólito: nuestra certeza de que el Crucificado vive y ha sido glorificado.

Esto es precisamente lo que Jesús nos pide antes de subir al Padre: que seamos capaces de dar testimonio de su Amor, de su Misericordia, de su perdón a todas las personas, sin trabas ni distinciones, sin barreras sociales o ideológicas y, mucho menos, económicas. Jesús quiere que nos convirtamos en esos otros “Cristos” que nuestra sociedad necesita para hacer realidad la presencia de Cristo en medio de este mundo tan necesitado del amor de Dios.

Francamente tenemos que advertir que esto no es fácil, que somos un poco torpes. También es cierto que esa verdad última escapa a nuestra capacidad porque está más allá de cualquier posibilidad nuestra. Pero ante todo debemos tener calma, no debemos inquietemos. El Espíritu viene en nuestra ayuda. Él nos encamina hacia la Verdad. Su aliento (ruah, Espíritu) alimenta nuestra mirada y nuestro coraje. Así nos lo explica el libro de los Hechos de los Apóstoles como hemos podido leer en la primera lectura. Un libro que va dirigido a un tal “Teófilo”, es decir, un libro que va dirigido a ti y a mí, a todos los que siguen a Jesús, porque (me vais a permitir que os cuente algo que pienso que puede gustaros, Teófilo viene del griego, (aquí aparece mi vena filóloga, lo siento, no quiero parecer pedante, pero es precioso). Como digo viene del griego y significa: “Teo” (viene de “Zeos” que se traduce por “Dios”) y “Filo” (que viene de “filos” que se traduce “amigo”) por lo tanto Teófilo es “Amigo de Dios”. El Libro de los Hechos de los Apóstoles va dirigido al amigo de Dios ¿Puedes considerarte amigo de Dios? Si no es así ¿cómo vamos a dar testimonio de Él y vamos a cumplir lo que nos está pidiendo hoy? ¿Podemos dar testimonio de Cristo si no le seguimos y apenas le conocemos? ¿Cómo vamos a perdonar a los que nos hacen daño, o cómo vamos a acoger a los que piensan diferente a mí, si no lo hacemos desde este amor a Dios? ¿Acaso no acabaríamos dando testimonio de nosotros mismo en lugar de dar testimonio de Jesús?

Debemos empeñarnos en conocer y vivir al lado de Jesús, de este Jesús que pasó haciendo el bien y con cuya  vida, palabra, y signos liberadores, mostraba la unión que mantenía con el Padre: una unión sin fisuras como la que nosotros deberíamos querer alcanzar. Si nosotros queremos alcanzar esta unión con Dios debemos desterrar de nuestra vida los límites y barreras. Nada de fronteras. Nada de muros. Debemos tratar a los demás como Cristo nos trata a cada uno de nosotros, con infinita misericordia.

No corramos. Paremos un instante. Antes de ponernos manos a la obra con lo que hoy Jesús nos encomienda y preguntémonos ¿Confiamos de verdad en la esperanza a que hemos sido llamados?

Hoy con la Ascensión de Jesús a los cielos, estamos en la casilla de salida. ¿Nos quedaremos fascinados mirando al cielo como los discípulos en el monte Tabor? No. Nunca. Caminemos a Jerusalén. Pongámonos manos a la obra. Emprendamos cada día el camino de la evangelización.
Y, en medio de incertidumbres, de la oscuridad, del sentimiento de la inutilidad de nuestra tarea, de fracasos, caídas y debilidades nunca superadas, confiemos, no perdamos la confianza en Aquél que dijo que estaría con nosotros hasta el fin del mundo. Jesús se marcha, pero no nos abandona, ni mucho menos. Tanto es así que nos enviará a su Espíritu para que seamos capaces de vivir siempre y en cada momento unidos plenamente a Aquél que nos ha dado la Vida.

RECUERDA:

Jesús nos asegura su cercanía incondicional en toda circunstancia y coyuntura. Sin embargo, como a algunos discípulos, nos cuesta reconocerla. La injusticia, el sufrimiento, la violencia, pueden velarnos su presencia. Pero el Dios de Jesús no es un Dios mágico, un “soluciona-problemas”, que actúa saltándose las mediaciones, sino un Dios “compañero”. Un Dios que se hace de condición humana y desde lo hondo nos sostiene y nos ayuda a encarar preguntas para las que frecuentemente no tenemos respuestas. Un Dios que no nos regala nada, pero que nos sostiene en todo y cuya experiencia amorosa de sustento, en medio de la densidad de lo cotidianos, nos lleva a no querer ni poder apropiárnosla, sino a anunciarla al mundo entero con la ayuda de su Espíritu.

1.- ¿Cómo vivo la Ascensión de Cristo a los cielos: desde la pena y la tristeza por su marcha o desde la esperanza de saber que me enviará su Espíritu Santo?
2.- ¿Estoy dispuesto a salir al mundo entero para dar a conocer su Evangelio?
3.- ¿Me puedo considerar “Amigo de Jesús” o lo tengo más bien como un recurso para que solucione mis problemas?

¡Dame, Señor, tu Espíritu para que me convierta en un fiel mensajero de tu Palabra, de tu Amor, Perdón y Misericordia!