19 DE MAYO DE 2020

MARTES VI DEL TIEMPO DE PASCUA
CICLO A

¡Paz y bien!

Del Santo Evangelio según san Juan
(Jn. 16, 5-11)


“Ahora me voy al que me envió”.


«Ahora me voy al que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta: “¿Adónde vas?”. Sino que, por haberos dicho esto, la tristeza os ha llenado el corazón. Sin embargo, os digo es la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito. En cambio, si me voy, os lo enviaré.
Y cuando venga, dejará convicto al mundo acerca de un pecado, de una justicia y de una condena. De un pecado, porque no creen en mí; de una justicia, porque me voy al Padre, y no me veréis; de una condena, porque el príncipe de este mundo está condenado».


      

      
Avanzamos en el discurso de despedida de Jesús. Un discurso que nos puede llevar a la contradicción. Se va, parece que nos deja, pero no es así puesto que conviene que él se vaya ¿cómo entendemos esto?

La marcha de Jesús no es a la muerte ni a la desaparición. La marcha de Jesús no es sinónimo de abandono, Jesús marcha junto al Padre, junto a Aquél que es vida, Aquél que nos regala la Vida por amor ¿podemos estar tristes ante un acontecimiento de estas características? ¿Por qué nos cuesta vivir esta alegría de Dios en nuestra vida? ¿No será falta de fe y de confianza?

Pero… ¿por qué dice Jesús que nos conviene su marcha? Nos conviene su marcha porque en ese preciso momento no nos abandonará, sino que nos dejará la presencia de Dios, su presencia de otra manera: con el Espíritu Santo. Por eso no puede haber en nosotros tristeza ni desazón, por eso no puede existir en nuestra vida la falta de fe o el sentimiento de traición por parte de Jesús. Porque él vuelve a cumplir con su Palabra y nos deja a la tercera persona de la Trinidad. Nos deja el Espíritu de Vida y de coherencia. El Espíritu que nos fortalece para que nosotros vivamos acorde a la voluntad de Dios y seamos capaces de negarnos a nosotros mismos para darnos a los demás, para hacer de nuestras vidas no aquello que nosotros anhelamos y queremos en cada momento, sino aquello que Dios quiere de nosotros. Por eso debemos aceptar con alegría la marcha de Jesús, porque no es la marcha del Viernes Santo a la tumba ni a la muerte, es la marcha a la Vida, a esa Vida que tú y yo por su infinita misericordia e infinito amor podemos disfrutar ¿cómo no le vamos a devolver tanta gracia con nuestra entrega, nuestro amor y nuestra ayuda a los demás con todo lo que Él ha hecho por nosotros? ¿Verdaderamente podemos quedarnos impasibles ante tal donación?

Debemos redescubrir el Espíritu Santo en nuestra vida porque tenemos que saber abrirnos a él. Si queremos cumplir la voluntad de Dios, si queremos amarle sobre todas las cosas, si queremos acoger a los demás como Dios nos acoge a cada uno de nosotros (con tolerancia, misericordia, sin juicios ni rencores, con alegría…) debemos dejarnos llenar de su Espíritu. Debemos abrirnos a él, debemos dejar que sea quien guíe nuestra vida para que tengamos unas obras acordes a aquello que decimos profesar. Sin la acción del Paráclito, nuestra vida cae en la incoherencia, en la falta de amor, de empatía, de perdón, de entrega… ¡en el absurdo! ¿Puede haber algo más triste e infernal que vivir alejados del amor de Dios por pura decisión? ¿Puede haber algo más cruel que vivir sin Amor?

Es momento de preparar con alegría la marcha de Jesús al Padre. Una marcha que lejos de llenarnos de tristeza y melancolía debe llenarnos de alegría y de gratitud porque nuestra vida se va a llenar del Espíritu Santo que Dios nos envía para demostrarnos, una vez más, que Él estará con nosotros todos y cada uno de nuestros días.

      
RECUERDA:

Jesús asegura la fecundidad de su Espíritu, su acción renovadora en el mundo y en el corazón humano. Pero para ello requiere el cuidado de actitudes como la receptividad y la confianza. Él es nuestra capacidad. Habita en la hondura de la creación integrándolo todo y bombeando el dinamismo de la vida, la bondad y la reconciliación frente al pecado, la injusticia, los juicios cerrados que impiden las transformaciones personales e históricas. El Espíritu de Jesús nos anima a renovarlo todo hasta que todo quede unificado e integrado en el amor. Por eso la fe está siempre en éxodo, en camino, en salida. Es dinamismo y apertura. Por eso nada más contrario al Espíritu de Jesús que la instalación mental y espiritual de quienes le confesamos.

1.- ¿Cómo estoy viviendo este tiempo de Pascua?
2.- ¿Estoy abierto al Espíritu Santo?
3.- ¿Estoy dispuesto a abandonar mis comodidades para cumplir con aquello que Dios me pida en cada momento?

¡Dame, Señor, tu Espíritu para poder renovarlo todo hasta que todo quede unificado e integrado en el amor!