2 DE MAYO DE 2020
SÁBADO III DEL TIEMPO
DE PASCUA
CICLO A
¡Paz
y bien!
Del
Santo Evangelio según san Juan (Jn. 6, 60-69)
En aquel tiempo, muchos de los
discípulos de Jesús dijeron:
«Este modo de hablar es duro, ¿quién
puede hacerle caso?».
Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban,
les dijo:
«¿Esto os escandaliza?, ¿y si vierais al
Hijo del hombre subir adonde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la
carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y,
con todo, hay algunos de entre vosotros que no creen».
Pues Jesús sabía desde el principio
quiénes no creían y quién lo iba a entregar.
Y dijo:
«Por eso os he dicho que nadie puede
venir a mí si el Padre no se lo concede».
Desde entonces, muchos discípulos suyos
se echaron atrás y no volvieron a ir con él.
Entonces Jesús les dijo a los Doce:
«¿También vosotros queréis marcharos?».
Simón Pedro le contestó:
«Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú
tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo
de Dios».
Día
número cuarenta y ocho de confinamiento. ¡AVANZAMOS Y CAMBIAMOS, DESDE HOY,
NUESTRO MODO DE VIDA! Llega el tan anhelado día de poder salir a pasear. Siento
ser un aguafiestas, pero hay cosas que no podemos olvidar. Lo primero es que
esto se trata de una emergencia sanitaria donde está en riesgo la salud de
todos y cada uno de nosotros. El virus, por desgracia, no ha desaparecido aún y
el riesgo de contagio continua presente, con lo cual, pongamos todos los
sentidos en nuestras salidas. No podemos olvidar alegremente qué está
sucediendo, entre otras cosas porque siempre podemos volver atrás con todo lo
que eso significa: más contagios, más muertes, más dolor, más endeudamiento y
pérdida de trabajo… ¡nada bueno! Así que seamos consecuentes, generosos con
nosotros mismo y con los demás y, como no, responsables. Conocemos los horarios
y las forma de poder salir. Es más, sabemos que si somos personas de riesgo por
múltiples factores lo mejor es no salir de casa, así que repito: seamos
conscientes y no juguemos a pensar jamás que: “esto no es tanto como parece”,
“nos han metido el miedo en el cuerpo”, “yo estoy fuerte y puedo con todo”. No
cometamos esos errores y seamos cautos.
Así
mismo, como cada día, pidamos por todos aquellos que han perdido la vida
durante esta crisis. Pidamos por sus familias y amigos. Y no nos olvidemos,
tampoco, de todos aquellos que no han dejado de trabajar para facilitar estos
casi cincuenta días de confinamiento que llevamos a nuestras espaldas.
Acabamos, hoy, el discurso del “Pan de vida”.
Cuánto hemos aprendido, recordado y meditado. Desde ver a Jesús como nuestro
alimento diario al que tenemos que agradecerle todo lo que llena nuestros
hogares, hasta verle como el sustento y alimento de nuestra fe en el Pan de la
Eucaristía. Pasando, como no, por la imagen de Jesús como alimento de nuestras
buenas obras y mejores sentimientos. Como podemos ver es Jesús quien debe
alimentar, fortalecer y sostener toda nuestra vida ¿A quién mejor podemos
acudir para conseguir todo esto?
Pero
hagamos un breve resumen de cómo hemos llegado hasta aquí, hasta esta pregunta
que hoy os he formulado y que se desprende del evangelio que estamos leyendo en
esta jornada.
Si recordáis este discurso
del “Pan de Vida” comienza tras la multiplicación de los panes y de los peces. Tras este acontecimiento la gente,
entusiasmada, lo buscaba para proclamarlo rey, pero Él se había retirado a orar.
Al amanecer la gente lo encuentra en la sinagoga enseñando y Jesús dirigiéndose
a ellos les dice que le buscan, no porque han visto signos sorprendentes, sino
porque han comido pan hasta saciarse y los anima a que no busquen el alimento
perecedero, sino aquel que permanece hasta la vida eterna.
Se establece una discusión,
¿recordáis? los judíos insistían que sus padres habían comido pan bajado del
cielo en el desierto gracias a Moisés a lo que Jesús les responde que no fue
Moisés, sino su Padre el que les proporcionó el pan bajado del cielo. “Yo
soy el verdadero pan bajado del cielo, el que coma de este pan no morirá”. “El
que crea en el Hijo del Hombre, tendrá vida eterna”. Asistimos de esta
manera al momento en el que Jesús se define como el enviado por el Padre a
quien Él ha visto y de quien da testimonio: “El que no coma la carne del
Hijo del Hombre y no beba su sangre, no tendrá vida en sí mismo”.
Y así llegamos hasta el
episodio de hoy. Tras las declaraciones de Jesús la gente se escandaliza hasta
el punto en el que muchos le abandonan y le desprecian. Primero porque el
mensaje de Cristo les hace cuestionarse cómo están llevando a cabo su vida; en
segundo lugar, porque en realidad no creían en Jesús, y más aún cuando les
dice: “nadie puede venir a mi si el Padre no lo concede”.
Esto puede ocurrirnos también a nosotros. Que el mensaje de
Cristo deje al descubierto nuestros pecados, nuestras deficiencias a la hora de
vivir su Voluntad. ¿Puedo afirmar que mi vida es aquello que Dios espera de mí?
¿Cumplo con el mandato de Cristo de anunciar al mundo entero su Evangelio y de
ser testigo de su Amor en medio de mi entorno?
Si analizamos cada uno
nuestra propia vida podemos darnos cuenta que, en muchas ocasiones, esto no
sucede así. Que en muchos momentos nos dejamos llevar por nosotros mismos más
que por la Palabra de Dios y acabamos buscándonos a nosotros en lugar de buscar
el bien de los demás. ¡Cuánto nos cuesta respetar a los demás sus decisiones,
ideas o formas de afrontar la vida! ¡Cuántas veces buscamos que los demás
actúen como nosotros lo haríamos en cada momento! ¡Cuántas veces hablamos de
“aguantar a alguien” como si estuviésemos por encima de los demás! ¡Cuántas
veces caemos en la crítica, el rencor, la falta de perdón, el juicio, la
soberbia y vanidad! ¡Cuántas veces queremos ser únicos para Dios y para los
demás en lugar de poner por delante a nuestros prójimos! En definitiva,
¡cuántas veces vivimos más centrados en mi “yo” que en el “tú” de Cristo y de
los otros! Ayer hablaba de la desinstalación que debe provocar en
nosotros el Evangelio, ese abandonar nuestra vida de pecado y comodidades que
nos alejan de Dios para vivir unidos a Él ¿cómo vamos a conseguirlo? ¡ACUDIÉNDO
A ÉL, ACUDIÉNDO A QUIEN TIENE PALABRAS DE VIDA ETERNA! Eso o le abandonamos
como muchos de sus discípulos han hecho hoy en el evangelio que acabamos de
leer.
Al
ver que muchos se van, se dirige a los doce y les pregunta si ellos también lo
van a abandonar; Pedro, en nombre de todos, le responde: “¿a quién vamos a
acudir? Tú tienes palabras de vida eterna y creemos que Tú eres el Santo de
Dios”. ¿Estamos nosotros dispuestos a hacer lo mismo? ¿Nos sentimos
reflejados en esta contestación de Pedro o por el contrario somos de los que
preferimos poner nuestra voluntad a la de Dios o las necesidades de cuantos nos
rodean?
Es más fácil seguir a
aquellos que nos sorprenden con cosas maravillosas y poco frecuentes, que nos
ofrecen aquello que queremos escuchar en todo momento, aunque sea sin
fundamento. Sin embargo, Jesús, al contrario, vemos que tiene PALABRAS DE VIDA
ETERNA. Vemos que es consecuente con aquello que pregona y que por lo tanto
nuestro seguimiento a él también debería serlo. Jesús no es un mago, no es
alguien que nos diga lo que queremos escuchar. Jesús es quien nos da la Vida
Eterna, quien vela por nuestras necesidades, quien nunca nos abandona. Es quien
nos pide, si queremos dárselo, una vida ejemplar y nos lleva a salir de nuestra
zona de confort para convertirnos en esos otros “cristos” que nuestra sociedad
necesita. La única manera de conseguirlo es estar unidos cada día más a Él.
RECUERDA:
El
evangelio somete a crisis los esquemas exitosos de los seguidores de Jesús por
eso, muchos le abandonan y se resisten a creer en su anuncio. Sin embargo,
lejos de amedrentarse, Jesús no “descafeína” su mensaje. Actúa desde la
libertad que le da el saberse Hijo de Dios, incluso aunque eso le lleve a ser
rechazado por muchos. Jesús, incluso, se rebaja a preguntarle a sus más
allegados, los apóstoles, si ellos también quieren abandonarle; a lo que estos
responden: “¿Adónde iremos? Solo Tú tienes palabras de vida eterna”. Aun
con dudas y resistencias en Pedro puede mucho más la seducción por Jesús y por
el Reino de dios que sus propias inseguridades y miedos. En nuestra propia vida
también sufrimos estas crisis que si las vivimos desde Aquél que nos sostiene
tiene que ser tenidas como oportunidades para crecer y madurar nuestra fe
quitándole falsas inseguridades y miedos. Cuando verdaderamente hemos
experimentado el encuentro con Jesús y su Evangelio, difícilmente otras
palabras pueden llenarnos de sentido nuestra vida.
1.-
¿Cómo estoy viviendo este tiempo de Pascua?
2.- ¿Acudo
a Jesús siempre o, por el contrario, solamente cuando lo necesito?
3.-
¿Qué miedos e inseguridades limitan mi entrega a Jesús?
¡Ayúdame,
Señor, a quitar de mi vida los falsos miedos e inseguridades!